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La Enfermedad: Un mensaje a nuestra existencia (Parte II)

Nuestro cuerpo susurra en las pequeñas molestias, da voces en nuestros simples malestares y grita desesperado en nuestra enfermedad, al ver que no hemos entendido el mensaje. Sin embargo nuestro organismo es tan noble, que generalmente cuando grita es después de varios años de abnegada tolerancia; frases como éstas es común escuchar: “Es extraño verme ahora con tantos síntomas cuando siempre fui muy sano y trabajé incansablemente”, “parece que nada más llegué a los cuarenta y brotaron todos los síntomas, bien me lo decían…”, “de pronto me enfermé…” Hablamos de la enfermedad como un ente que de la noche a la mañana aparece arbitrariamente en nuestra vida, turbándonos y alterando el curso “normal”, cuando la realidad, nos guste o no, es que nuestro padecer lo elegimos, lo propiciamos y sin la intención de buscar culpables, podemos decir somos responsables de nuestro mal-estar.

Efectivamente, a lo largo de nuestra existencia vamos conformando la enfermedad con la cual moriremos; al nacer se nos dota de un cuerpo que aún con vulnerabilidades genéticas cuenta con los recursos que nos ayudarán: Receptores del dolor, de temperatura, de presión, sentidos de la vista, oído, gusto, tacto, olfato y cenestesia, aparatos de fonación y articulación, órganos y sistemas complejos. Claro al crecer somos guiados por el modelaje de nuestro ambiente, que en su interés por “educarnos” con cierta frecuencia nos da consignas como “no te va doler”, “piensa que no tienes frío y se te pasará”, “aguántate al rato llegamos a la casa para que vayas al baño”, “¿cuál cansancio? Tu estás joven…”, de esta manera, aprendemos a ir desatendiendo nuestras sensaciones, engañándonos con el pensar.

Gracias al ciclo de la experiencia y del contacto, elaborado por Luis Preciado(1), director del Instituto Gestalt Guadalajara A.C., que a continuación anexo, es que entendí como al captar mis sensaciones, puedo descubrir el sentimiento que me embarga, expresar e integrarme; por citar un ejemplo, al prestar atención en la fase del precontacto a mi cuerpo, encuentro un movimiento energético que se concentra en una sensación de nudo en mi garganta, que favorece que emerja una emoción, que si no evado y sigo contactando puedo captar con un significado y el sentimiento de tristeza corporeizado en mí, detrás de todo sentimiento hay una necesidad, la cual solo puedo descubrir al quedarme conmigo para entonces asumir la decisión de qué hacer con lo que siento, al expresarme asumo una acción, cierro la Gestalt, el ciclo, integrándolo como parte de mi experiencia, permitiendo el flujo natural de la energía y habilitándome para afrontar en forma sana nuevas situaciones.

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Más si desde pequeños aprendemos a embotar nuestras sensaciones, a confundirnos diciéndonos lo que “debemos” sentir, a marcarnos qué se vale o no necesitar y en qué momento, a que “debemos” callar, y a usar medios sustitutos para calmar la ansiedad de la no expresión, entonces la experiencia no se cierra y la energía que inició corporeizada en la sensación regresa a corporeizarse en síntoma, al principio un simple susurro de incomodidad más con el paso del tiempo y el desgaste del estilo de vida llega a gritar en forma de enfermedad.

Es sorprendente la manera en cómo desconectamos nuestro cuerpo con todas sus sensaciones de nuestra cabeza con sus pensamientos y exigencias, entonces qué difícil es encontrar en qué lugar de mi cuerpo siento mi tristeza, mi miedo, mi alegría; qué difícil es reconocer en las sensaciones de mi cuerpo, la saciedad para dejar de comer a tiempo, mi cansancio para frenar el ajetreo diario, el dolor para dejar de excederme en el ejercicio y por encima de todo qué difícil es responsabilizarme de que yo estoy propiciando con mi estilo de vivir mi propio padecimiento.

Por eso retomo el concepto de que la enfermedad no es enemiga, es nuestra creación, y al mismo tiempo nuestra maestra, que no solo nos presenta el problema sino también la pauta para el cambio y crecimiento personal.

Toda enfermedad física tiene su paralelo en lo existencial, lo único es aprender a hacer preguntas clave que ayuden a hacer la traducción para obtener el mensaje de vida.
Algunas preguntas pueden ser cuál es mi órgano que estoy enfermando, cómo funciona enfermo, cuál es su función natural, qué me dice de mi vida esta forma de funcionar que ha dejado de ser sana. Veamos un ejemplo un paciente de cuarenta y tantos años que atendí en un hospital esperaba ser trasladado a la ciudad de México para que se le efectuara la colocación de un marcapasos, la descripción del médico fue que presentaba un engrosamiento de las paredes del corazón, al entrevistarlo y después de una plática bastante superficial, intenté ahondar indagando en sus sentimientos, a lo cual me respondió con una tajante alto, explicando que en él como en su familia estaba prohibido hablar de sentimientos, pues no le remediaría nada…Retomaré las preguntas, el órgano enfermo es el corazón que desde tiempo inmemorable es considerado como el centro de nuestras emociones, ahora enfermo se ha engrosado sus paredes y no logra bombear adecuadamente la sangre, cuando su función natural es realizar el intercambio de sangre venosa por sangre arterial para nutrir adecuadamente a todo el organismo, al comparar con la vida, el paciente se ha endurecido para impedirse sentir, solo que esto no hace que desaparezcan sus sentimientos, solo que se estanquen, entonces al no expresarlos, no fluye y menos aún puede hacer el intercambio, liberándose de lo doloroso y nutriéndose con lo rico de cada experiencia, no logra integrarla a su sistema, entonces sus sentimientos tienen que regresar a corporeizarse solo que ahora a manera de síntoma, tratando de que ahora quede más claro este estilo de afrontamiento que está resultando obsoleto. Cómo este podemos citar muchos otros ejemplos, material que ampliaré en la tercera parte de éste artículo.

Aún cuando escuchar y aceptar el mensaje de mi enfermedad, no siempre me lleve a la curación física, si es seguro que me conducirá a la responsabilidad de mi vida y mi persona, a la ampliación de mi conciencia, a mi integración y a mi crecimiento como ser humano.

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